lunes, 6 de diciembre de 2010

¿Democracia o sobrevivencia?

La política en Israel parece estar dividida en dos sentidos irreconciliables
¿Democracia o sobrevivencia?
Autor: Aarón Alboukrek, México

¿Existe en el Estado de Israel una disyuntiva real entre democracia o sobrevivencia? En otras palabras: ¿la democracia es un peligro existencial para el Estado de Israel como el Hogar Nacional del pueblo judío?
La Declaración de Independencia es clara al respecto; las libertades ahí garantizadas no deberían suponer la posibilidad de una pregunta semejante.
¿Por qué esas garantías? Parece inapropiado el cuestionamiento sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y su cofre perverso de enseñanzas. Pero el Estado de Israel no nació del Holocausto y no imitó mecánicamente el espíritu de George Washington o el de Jean Joseph Mounier.
En su origen, los declarantes de la Independencia de Israel no eran israelíes, eran judíos. Así que la naciente democracia israelí brotó de las raíces culturales mismas del pueblo judío. Por un breve momento no hubo diferencia sustancial entre ser judío y un nuevo ser nacional. Pero, ¿a qué raíces habría que referirse para explicar las garantías democráticas?
Aquí habría que ser lo más sintético posible y lo menos sincrético permisible. Lo esencial judío en esa Declaración de garantías sería su fuente ética, es decir, la ética toraica. No me refiero a los Diez Mandamientos pues varios de ellos son una refundición, sino al sentido intrínseco y universal que la estructura: no hacer a otros lo que detestas para ti mismo.
Los judíos nunca fueron vengativos
Los sionistas fundadores transformaron de manera atávica o patrimonial la médula de la ética toraica en el espíritu de la ética democrática. Con ello se estaba declarando que si como pueblo errante los judíos nunca fueron vengativos hacia sus perseguidores, menos aún lo serían ahora con el poder emergente de un Estado nación. ¿Por qué esta sugerencia tácita? Por la simple y llana razón de que un hogar nacional para los judíos implicaba necesariamente la existencia de un porcentaje de no judíos que permanecerían o nacerían en Israel, de la misma manera en que las demás naciones estaban y siempre estarían constituidas por mayorías y minorías heterogéneas.
La naciente democracia israelí no estaba sólo garantizando la diversidad del pensamiento judío, estaba garantizando la diversidad cultural no judía incrustada o en vías de incrustarse en lo que sería la nueva cultura nacional. No haberlo hecho así hubiera sido un contrasentido histórico a la vivencia de la persecución y del genocidio, y una trampa mortal para una ética ancestral que desde sus orígenes fue incluyente al reconocer al otro. El otro reconocido no sólo eran los integrantes del pueblo judío, es decir, un judío no sólo no debía hacer a otro lo que odiaba para sí mismo; el dictado toraico de civilidad se extendía a todo ser humano.
La civilidad debía entenderse entonces como un derecho a la diferencia y la diferencia como una potestad universal. El pueblo judío como identidad histórica siempre conservó ese principio y defendió su derecho a participar en el mundo desde su diferencia y desde sus visiones internas tan encontradas como pudieran ser, tanto así que resistió el aislamiento, la persecución y el genocidio hasta lograr reivindicar sus derechos políticos y culturales con la fundación de un Estado nacional tras siglos de errancia. Este tema da para muchos escritos, mas dejémoslo hasta aquí para preguntarnos:
¿Por qué el poder representativo actual en Israel impulsa ahora el enlace jurídico de las voces judío-y-democrático si la Declaración de Independencia hace ya más de medio siglo garantizó los valores democráticos y el documento forma parte de las Leyes Básicas?
En sentido estricto, ya hemos visto que no existe un problema en relacionar lo judío y lo democrático visto desde la ética toraica de preservar el derecho ajeno, de no ejercer lo que uno no quiere para sí mismo, sea la restricción de derechos naturalmente adquiridos o la elaboración de leyes privativas. Sin embargo, esa relación en realidad sólo es funcional en la diáspora, pues el judío diaspórico no lidera el ordenamiento jurídico en el que vive y se define como una minoría confesional con todas las implicaciones que esto supone. En apariencia, esa relación supondría preservar la autonomía de la diferencia incluyente sin contradicciones impugnables.

La democracia frente a la religión
Pero en realidad es sólo la vitrina del discurso político gubernamental israelí, en su interior hay una arenga ritualista que busca sobreponerse al discurso democrático constitucional de los sionistas fundadores por temor a las minorías no judías, en especial a la árabe israelí que podría crecer desmesuradamente en la paz o en la guerra y cuya animadversión hacia su propio país está en ascenso.
Cabría preguntarse si el torrente democrático puede ser impedido por la intromisión religiosa en los asuntos de Estado y si elaborar leyes especiales para las minorías no judías como el matrimonio civil por ejemplo sirve de algo a la democracia, no al poder mismo.
La política en Israel parece estar dividida en dos sentidos irreconciliables: 1) el de aquellos que edifican a partir de la certeza ritualista y que se alían a fuerzas ultra conservadoras obcecadas, que se resisten a emanciparse de la memoria del genocidio como una prueba de la perfección mesiánica mediante el rechazo a un Estado político que incurre en la imperfección de la democracia, y 2) el de aquellos que edifican a partir de la incertidumbre humana y que buscan mediante la democracia institucional la paz interior de la población multiétnica israelí en un estado de guerra continua que atrae el malestar de la cultura por la ausencia de paz.
Las condiciones que privan son: a) la representación del poder gubernamental pertenece hoy a los primeros; las fronteras entre las sinagogas, los cuarteles y las oficinas parlamentarias se invaden.
b) Israel alberga un porcentaje significativo de árabes israelíes en creciente animadversión.
c) Proteger amplia y palmariamente los derechos políticos de los israelíes no judíos se plantea ya en algunas capas como la posibilidad de desarticular el ejercicio libre de la diferencia potestativa política que indujo la creación del Estado.
d) Hay una implicatura oficialista tácita entre religiosidad y el derecho de tierras.
Herzl no imaginó la encrucijada que hoy día se está generando en Israel:
Si la diferencia se extingue el judaísmo perece, pero si la exclusión se impone también, pues contradiría su fundamento ético toraico. Si el Estado se autodenomina judío con valor jurídico perece como Estado democrático, si relaciona las cualidades de judío y democrático de la misma manera no se salvará del autoritarismo.
Todo apunta a que:
1.- a) El judaísmo religioso tendría que pasar por una refundición afectiva que evitara la atracción al vacío demoledor de la memoria del genocidio.
b) El judaísmo religioso tendría que actuar espiritualmente contra los efectos destructores y discriminatorios del fanatismo y el judaísmo laico hacer lo propio recurriendo al constitucionalismo.
c) El judaísmo religioso tendría que revalorar su conexión con las instituciones políticas y asumir los límites de su discurso y de su ejercicio en lo social.
2.- a) El Gobierno de Israel tendría que impedir la participación política y jurídica de las instituciones religiosas y formular un código civil universal. El Estado tendría que asumir por consecuencia que la nacionalidad israelí es la condicionante jurídica para regular las relaciones personales y patrimoniales de todos los ciudadanos, y que la fijeza del amor reproductivo para reproducir a su vez una cultura no dependería de una lucha mediatizada por el oficialismo sino de la fuerza valorativa espontánea que los ciudadanos le imprimiesen, aunque esta última fuese trasvasada por lo religioso. Los niveles de uniformidad y mixtura tendrían que depender así de la libre flotación de todos los valores asumidos por los individuos y las colectividades que forman, de tal suerte que el amor entre ultra ortodoxos tendría que ser garantizado en sus formas al igual que el de todas las mezclas posibles, incluyendo la combinatoria de aquellos con preferencias hacia el mismo sexo.
Al igual que las lenguas, no se podría forzar la permanencia de una cultura por decreto, aunque los decretos silenciosos hayan destruido muchas expresiones culturales.
Nacer judío tendría que ser útil especialmente para la Ley del Retorno, pero una vez inmigrado el judío tendría la libertad real de amar ahí a quien quisiera y heredar a su discreción dentro de las normas cívicas, de forma similar al libre ejercicio de cualquier credo que ya ha sido garantizado en la Declaración de Independencia.
b) La animadversión del israelí no judío tendría que ser atendida como una prioridad nacional.
c) El discurso político tendría que irradiar hacia el popular una orientación constructiva reordenándose hacia el abatimiento del fanatismo y del odio.
d) Se tendría que analizar críticamente lo que el Estado ha dejado de hacer por necesidad al mérito o lo que ha hecho por necedad al demérito en relación particular hacia todas las minorías, sin distingo.
e) Los acuerdos de paz, con la ayuda internacional, tendrían que garantizar por sí mismos una solución equitativa y lenitiva para todos del problema de los palestinos desplazados.
f) Se tendría que considerar algún día instrumentar el derecho de voto pleno de los millones de judíos diáspóricos si el Estado los usara como instrumento político defensivo ante el crecimiento poblacional no judío israelí animadversado con omisión institucional. O si el Estado desconfiara de la lealtad espontánea del nuevo inmigrante imponiéndole un juramento restrictivo a su idea de ser judío a partir de un supuesto ideológico bastante nebuloso y peligroso.
3-. a) El pueblo tendría que sensibilizarse de la necesidad de una reformulación de la poliarquía israelí si ésta fuese percibida, al menos por una porción, como el resultado de un proceso electoral que empodera a una élite y no como el efecto de un ejercicio lo más plural posible del ordenamiento jurídico democrático.
b) El pueblo tendría que enfrentar racionalmente la disyuntiva derramada entre democracia o sobrevivencia.
Sin paz interior real, Israel estará a la merced multiplicada del peligro. Pero ¿es la paz democrática israelí una amenaza para la continuación del judaísmo histórico?

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